3 de enero de 2012

La lluvia caía en silencio

Cuando bajé del carro sentí la brisa desordenar mis cabellos y la lluvia recorrer mi rostro, miré a mi alrededor mientras caminaba y no sentí más presencia que la mía ni mayor ruido que mis pasos, estaba sola, totalmente sola en un lugar al que normalmente me había acostumbrado a ver lleno de vida: niños volando una cometa, perros corriendo y personas caminando sin dirección.

Me encontraba en el Itchimbia, eran las 16:17 y lo único que me acompañaba era una cámara y un cielo gris.
Empecé a sentir temor y este aumentaba mientras más me alejaba del carro. Busqué un lugar que me resguardara de la lluvia, aceleré el paso y me detuve debajo de un techo pequeño, seguí mirando a mi alrededor como queriendo encontrar a alguien. Saqué la cámara de mi bolso, le coloqué el lente y la encendí, giré mi cabeza a la izquierda y vi el reflejo de las gotas de lluvia caer en el suelo, acerqué la cámara a mi rostro y tomé la primera fotografía, ahí fue cuando el temor empezó a macharse.

Caminé alrededor del Palacio de Cristal sintiendo una a una  las gotas en mi cara y mis manos; el frío penetraba mis huesos pero mis ojos solo buscaban lugares, figuras o colores que me atraigan para robarles una fotografía.


Encontré un pequeño lugar de juegos, el columpio era hecho con una llanta común, había un caballito hecho de madera al igual que un puente que se sostenía con sogas, la resbaladera tenía un brillo singular a pesar de la tarde gris.




Recorrí lentamente cada lugar, tomé fotografías del Palacio de Cristal y mientras caminaba empecé a preguntarme qué se sentiría estar siempre en silencio y sin nadie alrededor, bajé la mirada y vi un camino de piedras, me agaché y asenté la cámara en el piso, quise capturar una imagen del suelo en dirección al cielo.


Ideé varias formas de capturar imágenes, dejó de importarme la lluvia y solo comencé a apreciar el lugar y el momento. Iba caminando ya alrededor de 15 minutos; encontré una laguna pequeña, observé fijamente las gotas confundirse en el agua. Respiraba el frío de la tarde, mi ropa estaba completamente empapada, sentía mi cuerpo enfriarse, y  en respuesta a esto, mis manos empezaron a temblar, no podía mantener el pulso para seguir tomando fotografías.
Decidí volver al carro, y mientras lo hacía, no dejaba de sentir miles de sensaciones que se confundían y me obligaban a ver a mi alrededor, como respuesta al temor y a las ganas de capturar con una fotografía un momento más.


Bien dicen que el silencio es muchas veces más fuerte que un grito... que un ruido.