31 de enero de 2012

Si pudieras ser un pájaro, ¿qué harías?

"Parece que va a ser un buen día", fue lo primero que pensé cuando abrí los ojos, no era una mañana tan fría como las que había sentido este mes de Enero; podía observar desde mi ventana las nubes abrirse y entre ellas rayos de sol que aparecían poco a poco.
Era jueves, el reloj marcaba las 9 am y ya estaba lista para emprender el viaje, ¿mi destino? Mindo.
La carretera estaba en buen estado, el paisaje era prometedor, árboles y más árboles a mi alrededor, la bulla de la ciudad quedaba atrás. Sentía la brisa en mi rostro, el sonido de la música que se mezclaba con el viento, todo hacía que me sienta diferente a lo cotidiano.

Respirando aire puro…
Llegué al pueblo de Mindo, a la plaza central exactamente, me acerqué al centro de información y me direccionaron con el teniente político de Mindo, Kléver Tello, la chica que daba información me pidió que la acompañe hasta la puerta, señaló a su derecha y me dijo: “él, ese señor que está saliendo de la oficina, con él tiene que hablar”. Caminé rápidamente hacia él, le pedí que conceda una entrevista, aceptó gustoso y nos sentamos en una banca de la plaza, la entrevista se transformó más en una conversación.

Cuénteme un poco de la historia de Mindo, le dije; “La historia es bastante larga, los primeros habitantes fueron los Yumbos, dedicados al comercio y la agricultura, era gente que vivía del bosque, de la naturaleza. Lo que el turismo ha permitido es que se mantenga esto, aprovechar la naturaleza, los escenarios y paisajes que Mindo ofrece”.

Mientras me hablaba de la historia se notaba en el tono de su voz, en sus gestos y movimiento de sus manos el cariño que sentía por su pueblo, y al mismo tiempo la indignación por la falta de conciencia de las personas y la falta de cuidado a la naturaleza, “la ambición del ser humano ha superado cualquier respeto por la naturaleza”, decía.

El sonido de los pájaros se escuchaba de fondo, la gente caminaba por la plaza con aires de tranquilidad, todos mirando hacia sus pisadas; mi mente lo comparó instantáneamente con la figura de la gente en la ciudad mirando de un lado a otro, como queriendo asegurarse que nadie los sigue, tan diferentes escenarios que vivimos, lo pensé.

En su voz... se siente el amor por un pueblo
Eran las 12 pm, la entrevista concluyó con recomendaciones de qué sitios importantes podría visitar. Empecé por ir a una de las primeras casas construidas en el pueblo hace más de 100 años, era la única casa que quedaba de las 5 que se construyeron. El camino estaba enlodado, habían charcos de agua por todas partes, llegué a la casa que me habían indicado, era totalmente a base de madera, me recordó las casas que se construyen en la Costa. Cerca de unos escalones tenía el número 2 hecho en madera, efectivamente, esa era la casa de la que me habían hablado.
Rodeada de plantas, tierra y sembríos, la casa de madera tenía un aspecto antiguo muy marcado, las tablas se veían deterioradas, no tenía cortinas en sus ventanas y desde abajo se podía observar una hamaca que colgada de lado a lado.

Golpeé la puerta. Salió un señor, era José Julio Arias, más conocido en el pueblo como Pepe Julio. A sus 76 años, Pepe Julio me hablaba de su vivencia y su experiencia en el pueblo como si lo hubiera vivido ayer. Recordaba la época en la que salir a recoger aguacates, plátano y demás era cosa de todos los días. La tierra y su fruto eran su hogar; ahora, tiene prohibido el paso a lugares que el mismo adaptó para el sembrío, las empresas se adueñaron de los terrenos, actualmente existen construcciones adaptadas a la producción para la atracción del turismo, así lo ve él, que entre risas y seriedad, cuenta sus vivencias.

Pepe Julio habla de su casa como quien habla de riquezas. No abandonaría ni cambiaría nada de su vivienda, ni la forma ni el material del que está hecho, vive y disfruta de su ambiente sin importar nada, aunque a metros de su casa exista una construcción de madera perfectamente elaborada, con ventanales y una puerta con un timbre, él le da valor a su hogar, como ya casi nadie lo hace.
No interrumpí más sus quehaceres, agradeciéndole por compartir sus historias, me trasladé a uno de los lugares más conocidos por sus adaptaciones para la atracción de pájaros.


Si solo cantaran los pájaros...
Sentada en una silla hecha de madera, observé a mi alrededor cientos de pájaros volar por los árboles. Guardé silencio por varios minutos, no existía más sonido que el canto de los pájaros y el veloz aleteo de las alas de los colibríes. Todo el lugar era verde, no había más contraste que el de las alas de los pájaros, el rojo, el azul, el amarillo, una gama de colores vistosos y hermosos. Saqué la cámara y mientras jugaba con el obturador y el zoom, pude capturar uno de las imágenes más hermosas, la pausa del movimiento de las alas de un colibrí, congelando esos momentos, así me sentía.
Como pájaro en el aire...
Permanecí cerca de una hora en ese lugar, la paz que me contagiaban era incomparable con cualquier otra cosa que haya apreciado. Decidí seguir el camino, llegué al río y me senté en una de las piedras más grandes, encendí la grabadora y logré capturar el sonido del agua golpeándose con las piedras. Por mi mente pasaban miles de pensamientos a la vez, no podía dejar sentir esa extraña sensación de soledad con un toque de tranquilidad.

Aunque no hacía sol y el cielo permanecía nublado, la calidez del ambiente se podía sentir. Siempre sentí temor a las alturas, pero esta vez, quise experimentar lo que se sentiría al desafiar ese miedo, en todo el camino observé letreros de deportes extremos, pero uno me llamó la atención, canopy, el deporte en el que una cuerda sostiene el cuerpo mientras se desliza por un largo y alto cable sobre el bosque y la vegetación.
Llegué al lugar en el que se alistaban para hacer el deporte, me colocaron unas correas en la cintura, un casco y unos grandes guantes. Caminé por un sendero hasta llegar al punto de partida. Los nervios invadían mi cuerpo, el latido de mi corazón se intensificaba, pero ya era tarde, no podía dar un pie atrás. El guía colocó el gancho que estaba al final de las correas de seguridad en el cable que se conectaba al punto de llegada a unos 100 metros.

Él viajó primero por ese largo cable, luego fui yo. Sentí que saltaba al vació, mis pies bailaban con la fuerza del viento, mi cabello se movía en el aire y un cosquilleo me embestía, era como volar, miraba hacia abajo y veía solo las copas de los árboles, a la izquierda se veía el pueblo de Mindo, a la derecha se veía una parte de las montañas de Quito. Todo parecía transformarse, nada tan emocionante como sentirse tan libre como pájaro emprendiendo un vuelo, cerré los ojos por unos segundos y sentí que por ese pequeño momento, el mundo se detenía y no había nadie más que yo, así se sentirán los pájaros, me preguntaba, el miedo se marchaba y quedaba solo la adrenalina.

Descendiendo a la tierra
Regresé a la realidad, puse los pies sobre la tierra y sabía que la aventura había terminado. Con tristeza descendí nuevamente al pueblo, bajé el vidrio de la ventana y sentí ese inconfundible olor a húmedo, a tierra, a bosque. Miraba la perfección de las formas de las hojas, su dimensión era asombrosa, parecían cortadas por igual, réplicas perfectas unas con otras.
La gente se paraba alrededor de la plaza central para atraer a los turistas, ofreciendo los mejores lugares de comida y hospedaje. Decidí ir a uno de esos lugares de comida, el chef, era el nombre del restaurante, platos solo de comida típica, muy visitado por cierto. Después de tantas impresionesy emociones en un solo día, sentí que era hora de regresar a casa, el camino de regreso fue más largo que el de ida, al menos eso sentí yo.

El cansancio me ganaba, mis ojos se cerraban, pero no dejaba de pensar en todas las cosas maravillosas que un día puede ofrecer. Por lo general, la gente se despierta, toma un baño, desayuna, y sale a trabajar o a estudiar. Pero salir de lo cotidiano, apreciar tanta belleza que la naturaleza ofrece es asombroso.
El olor a bosque quedaba atrás, y el ruido de la ciudad regresaba. Llegué a Quito cuando el reloj marcaba las 6 pm. Entré a mi casa, dejé la cámara sobre mi cama y la misma idea irrumpía mi mente, tan diferentes escenarios y tan poco tiempo para apreciarlos, de regreso a la realidad.

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